martes, 19 de febrero de 2013

Un brindis por las cabecitas locas.

Muchas veces podemos parecer locos, desquiciantes o simplemente gilipollas, pero siempre hay algo dentro que late con fuerza, aunque más bien, no suele ser algo que late, sino algo que ronda, y más arriba del pecho, en nuestra cabeza, en esa cabecita loca. Y desatiendo a una "interesante" clase de economía política (nótese que me encanta la ironía) para volver a escribir algo, que sinceramente nadie leerá, me da igual, no escribo para atraer a ningún público.

Los que me conozcáis de algún lado (twitter, Youtube...) pensaréis que soy un mísero cómico, un friki o como se dice un "flipado" que intenta reírse de todo. Si tenéis una visión más tierna pensaréis que soy esa cabecita loca que no para de hacer el tonto de forma continua, pero que a veces puede llegar a saturar. Sí, muchos me lo han dicho, puedo llegar a ser muy pedante y tedioso y cada día pido perdón al mundo por ello, no es mi intención aburrir ni atosigar, mucho menos saturar a nadie.

Pero detrás de esa imagen de frívolo, desenfadado, que busca la diversión y el carpe diem de la vida hay un resignado debajo. Soy consciente, así que nadie me podrá juzgar ni decir que soy un renegado de la vida que busca escapar de sus miserias, ya lo acepto yo. Y para eso hace falta tener mucho valor. No soy cobarde en admitir que soy un cobarde y quiero escapar. Tengo más narices que muchos que los que se pavonean de ser ilustres y grandes por no escapar en lo frívolo, que les den a ellos y a sus aburridas y absurdas vidas "felices". Si la felicidad absoluta existiese la vida sería muy aburrida.

Pero eso no es lo que me mueve hoy a escribir, dejo la filosofía para los que la quieran entender y manejar, sólo vengo a contar cómo me siento. Mi cabeza estos días no está bien, no deja de dar vueltas, buscando en la mirada de la gente aquello que necesita, pero una mirada puede significar mucho, demasiadas cosas, todas y nada a la vez. Muchas veces vemos en una mirada un gesto de amor infinito, o de ternura y suelen ser la clave de las mayores traiciones de la vida. La peor, la tuya misma, cuando te traicionas creyendo cosas tan estúpidas, cuando te ilusionas generando futuros de papel en la senda de un aire que no deja de soplar. Adiós al castillo de naipes, el aire los sesga continuamente y tú, como buen constructor, te defraudas al ver que todo lo que has hecho no ha servido para nada. No es que yo sea un Bernini de la vida y sea un genio y ponga todo mi empeño en colosales empresas, pero sí me integro mucho y doy lo máximo de mí y claro, como todo hijo de vecino, cuando cae en saco roto, pues te autocastigas.

Bueno, bueno, ya me estoy liando. Lo que quiero decir es que muchas veces, al menos a mí, no sé si por haber sido un acomplejado toda mi vida por mi físico o porque soy así de gilipollas, cuando cruzas la mirada con alguien puedes llegar a imaginarte que esa persona ya quiere algo contigo. Evidentemente no sólo con una mirada ya monto el drama de la vida, no por un chasquido de pupilas ya me creo un Don Juan en busca de su Doña Inés, váyase a cagar a la vía, como quien dice, si es lo que usted piensa. No es eso, no soy tan imbécil, hace falta más que una mirada y por supuesto, yo me tengo que fijar después en una persona, pero el creer que continuamente esa persona te mira, para ti ya es motivo para comerte la cabeza, y eso hago. Empiezo a agitar mi mente como una turbina hasta que finalmente caigo encaprichado (que no enamorado) de esa persona. Soy más raro que un cónclave de alcachofas, lo sé, porque ni siquiera conozco a la persona, aunque al menos, sí de vista, aunque no sepa ni su nombre.

Llámame desesperado, en verdad lo estoy, soy ese amigo al que todo el mundo quiere a su lado pero al que nadie quiere arrimarse, no creo que sea tan monstruo ni que en mi culo haya una puta etiqueta que ponga "made in Mordor", ¿vale? En realidad soy como un niño, y es que debajo de esta apariencia de personaje que se cree a sí mismo una zorra (que no llega ni a gato, todo hay que aclararlo) hay un corazoncito que siente y late muy fuerte. En fin, habrá que sacárselo algún día, pero hasta el momento habrá que soportarlo.

Pero es en momentos como estos, en los que ya te montas tu propia vida con esa persona, con el personaje innombrable, más que nada porque no sabes cómo carajos se llama, desconocido, es cuando más te das cuenta de lo gilipollas e inepto que eres. Soy gilipollas, lo admito por quinta vez o más, y cuando caigo en ello y me doy cuenta de que todos esos "sentimientos" eran falsos, construidos en la nada, en el frío pedo de una puta neurona borracha de traumas sociales. Ahí es cuando montas, bueno, monto, drama sudamericano. Aun así, que le jodan a todo el mundo. Soy jodidamente libre (en realidad no, es un grito de desesperación) y levantando mi copa, pido un brindis por las cabecitas locas como la mía.